CIUDADANOS ALTERADOS

En general, desde hace siglos y hasta hace algunas décadas, la vida de un ciudadano en cualquier parte
del mundo transcurría con relativamente pocos cambios. Aquél que nacía y crecía en un entorno social
marcado por las limitaciones económicas tenía muchas probabilidades de aceptar su “destino” con un
cierto sentido estoico, y quien se desarrollaba en un marco de solvencia tendía a considerar su situación
como una suerte de derecho natural derivado de su origen.

Pocas cosas cambiarían en ambos casos. La tradición y el peso del pasado, aunado a una muy lenta
aparición de cambios tecnológicos produjeron por siglos personas con alta disposición a la aceptación de
la realidad circundante.

Fundamentalmente son los avances tecnológicos, la capacidad del ser humano de crear mediante la
innovación instrumentos y herramientas que modifican su relación con el entorno, los factores que
cambian la conducta humana y las percepciones y aspiraciones de las personas.

En su obra Revoluciones tecnológicas y capital financiero1, Carlota Pérez trata el tema de las oleadas
tecnológicas. Allí describe los modos cómo se suceden éstas, en cada caso a partir de un invento que
desata y posibilita otros inventos que cambian la manera de hacer las cosas en gran medida y cómo la
aparición de nuevas tecnologías, desde la invención barco a vapor hasta el T Model de Ford han ido
modificando las relaciones sociales de manera definitiva.

En su criterio, en los años setenta surgió una nueva tecnología cuyos efectos estamos aún viviendo de
manera plena, simbolizada por el chip de Intel. A partir de su debut, el chip de Intel y sus numerosísimos
desarrollos posteriores han creado una vida radicalmente distinta a la que vivió la humanidad hasta
entonces. Ese pequeño chip hizo realidad lo que hasta aquél momento pertenecía al mundo de la
ciencia ficción: teléfonos portátiles que devinieron tras tres décadas en computadores de mano,
comunicación internacional de bajísimo costo, impresoras 3D que esculpen objetos complejos, servicios
satelitales que detectan los flujos del tráfico urbano, teléfonos que se acercan a producir filmaciones
que antes requerían una planta de televisión milmillonaria, y numerosas aplicaciones que ya no siempre
tienen la capacidad de sorprender al ser humano.

Entre esas aplicaciones derivadas del chip Intel de los setenta, hay una de relativamente reciente
aparición que ha modificado al ser humano en lo más profundo: su percepción de sí mismo como actor
social. En efecto, las redes sociales, con su inmediatez, con su empoderamiento del ciudadano común
que puede poner a circular sus opiniones sin la intermediación de un medio de comunicación, ha
modificado numerosas conductas sociales.

En efectos, los avances tecnológicos han dado al traste con muchos modelos de negocio en los que
anteriormente intermediarios reinaban de manera incontestable: las editoriales, las empresas
disqueras, los negocios de venta detallista y los medios de comunicación entre muchos otros. Hoy es
posible editar un libro por cuenta propia con bajísimo costo y sin que haya un veredicto de un comité
editorial que juzgue la pertinencia de la obra, se puede grabar una obra musical con escasos recursos
prescindiendo de una disquera y difundirlo mediante plataformas digitales sin otro criterio que el de los
autores, se realizan compras de todo tipo de artículos de consumo sin siquiera tener que visitar una
tienda y se puede proveer información sin ser parte de un medio de comunicación.

Sin embargo, los productos emanados de este nuevo “sistema de producción”, que reduce radicalmente
la intermediación entre la creación y el mercado ¿serán de mayor calidad que los producidos
previamente? ¿La eliminación del intermediario desechó sólo costos y alcabalas que restringían la
creatividad y la libertad individual?

En muchos casos sí, pero no en todos. Y en el caso particular del acceso a la información, la aparición de
las redes sociales ha traído consigo la incertidumbre que genera la viralización de información que
emana de fuentes “silvestres” que no cumplen con algunas de las más elementales normas que requiere
el manejo responsable de la información en una sociedad democrática, la rigurosa verificación de las
fuentes, el chequeo de los hechos comunicados y la revisión editorial de los contenidos por parte de un
equipo profesional de comunicadores.

Pero hay más. Las redes sociales, por su misma naturaleza, contribuyen a condicionar la actitud
ciudadana frente al hecho político y coadyuvan al predominio de un cierto tipo de conversación pública.
Esa conversación no siempre es la conversación pública serena y respetuosa que se ancla en la razón y
que fortalece el sentido democrático. Es, más bien, una conversación en la que el ciudadano
fundamentalmente interviene a partir de la necesidad individual de expresarse emocionalmente, de ser
escuchado. “Estamos en la época en que la “realidad sentida” comienza a reemplazar a la realidad
factual” señala Manuel Arias Maldonado.2

Esta escucha, a su vez, está determinada en no poca medida por el hecho de que las redes sociales
permiten escoger los interlocutores, y estos, abrumadoramente, serán aquellos que coincidan con las
opiniones propias y las refuercen, configurándose lo que se ha denominado como el “efecto burbuja”.
Así, en la esfera de las redes sociales son fácilmente viralizadas las expresiones radicales antes que las
moderadas. La tentación radical tiene allí un marco propicio difícil de evitar.

“Un elemento básico al considerar la relación entre moderación y radicalismo tiene que ver, en
estos tiempos de incesante profusión informativa y novedosas modalidades que permiten
instrumentalizar mensajes subliminales de una notable potencia condicionante de la opinión
pública, con la percepción colectiva del radicalismo y de la moderación, vale decir, con la
valoración que de ambos términos hace la opinión pública.

El radicalismo, en general, tiende a ser asociado con el arrojo y la determinación, además de,
por supuesto, con la valentía. El radical “habla claro”, “sin hipocresía”. Adicionalmente, si se
compara la opción radical con el camino de la opción moderada, es poco el “sex appeal” de esta
última, que ofrece un trayecto más largo, y comprende la negociación con un adversario que en
ambiente polarizado es considerado enemigo, así como el logro de acuerdos en los que éste
mantenga algunas cuotas de participación en la vida pública.

Por otra parte, la opción moderada, con su equipaje de dialogo, negociación y búsqueda de
acuerdos, es muy impopular cuando se le vincula a un prejuicio enraizado en el ser humano
desde tiempos inmemoriales: eso, negociar, es cosa de “políticos”, y los políticos “nunca son de
fiar”.

Así, se entiende que el espacio de la moderación es menos apetecible que el del radicalismo
desde el punto de vista de su capacidad de movilización política, de agitación y de motivación
social. La moderación es notablemente más discreta en cuanto a sus posibilidades de ofrecer la
victoria total que las opciones radicales, al tiempo que exige una visión de más largo plazo que la
requerida por el fast track radical.” (Martínez Ubieda, 2020)

De esta manera, parece claro que las redes sociales tienen una relación con la aparición de un
ciudadano alterado, un ciudadano más que participar aportando puntos de vista a la conversación
pública que se produce en los espacios digitales, compulsivamente vuelca sus necesidades expresivas,
sintiéndose empoderado, y tiende a la radicalidad de manera mayoritaria.

¿Cuánto condiciona el medio el mensaje? ¿Cuál sería el mensaje que emitirían mayoritariamente los
ciudadanos si se encontrasen en un entorno distinto, con medio tradicionales? Quedan muchos temas
vinculados a esta materia que merecen estudio, pero parece claro que existe una relación entre el
carácter de la conversación pública y la relación de los ciudadanos con la política, o con la antipolítica.
Este asunto, además, abre otros aspectos que cabe considerar: ¿Cuánto y de qué manera es posible
condicionar deliberadamente el ánimo ciudadano mediante al manipulación interesada de las redes
sociales? Quedan temas pendientes.

ALEJANDRO MARTÍNEZ UBIEDA


1 Revoluciones tecnológicas y capital financiero, Carlota Pérez, S XXI, Mexico, 2004.

2 La democracia sentimental, política y emociones en el siglo XXI, Manuel Arias Maldonado, 2016.

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