Invasiones buenas e invasiones malas / Txomin Las Heras Leizaola / La Silla Vacía

La Silla Vacía.-

Los acontecimientos bélicos a los que estamos asistiendo en directo en Ucrania, tras la agresión militar de la Federación Rusa presidida por Vladimir Putin contra ese país del Este de Europa, me llevan a recordar la intensa propaganda a la que estuvimos sometidos durante la administración estadounidense del presidente Donald Trump en torno a una posible intervención de ese país en Venezuela para terminar con el régimen autoritario de Nicolás Maduro.

La frase “todas las opciones están sobre la mesa” era el eufemismo a través del cual los jerarcas del trumpismo dejaban colar esa amenaza, que fue muy bienvenida por un sector de la oposición venezolana que ansiaba resolver con la llegada de los marines -sin sudar mucho, por cierto, pero muy seguramente sí con sangre y lágrimas- la ya larga interrupción de la democracia venezolana.

Resulta paradójico que quienes propugnaban la acción militar de Washington estén hoy en la primera fila de los que condenan la invasión rusa en Ucrania, y que el Gobierno de Nicolás Maduro, que basó gran parte de sus arengas de entonces -y de ahora- en advertir sobre la inminencia y los peligros de una intervención extranjera, se haya convertido en uno de los contados y abiertos aliados internacionales de Vladimir Putin, justificando la guerra emprendida por Moscú.

Para quienes respaldaban una invasión, con evidente ligereza, las consecuencias pueden verse hoy en los videos, las fotografías y los testimonios periodísticos de lo que acaece en la sufrida Ucrania: bombardeos indiscriminados contra la población civil y las infraestructuras del país, ciudades sitiadas y destruidas, miles de muertos y heridos, cientos de miles de refugiados en los países vecinos, miedo e inestabilidad en Europa y en el mundo.

Más allá del devenir que tengan los acontecimientos en Ucrania, sumida en una guerra total (muy distinta de la acción militar rápida y aséptica de la que habló Putin en un primer momento y que suele ser la promesa con la que se inician siempre estas incursiones militares) quedará un país en ruinas, con su futuro y el de sus habitantes seriamente comprometido.

Algunos podrían argumentar que ya Venezuela vive una situación parecida sin tener un conflicto bélico, pero olvidan que siempre hay espacio para escenarios peores.

Hace tan solo quince días en las calles, los colegios, las fábricas o los restaurantes de Kiev, Járkov u Odessa, se respiraba un ambiente de gran normalidad.

Por el lado del Gobierno de Nicolás Maduro, el cinismo ha alcanzado cuotas superiores. De venderse como el adalid del antimperialismo y de la libre determinación de los pueblos; de utilizar hasta la saciedad la palabra “soberanía” en los discursos y la propaganda; de comandar ejercicios cívico-militares para estar preparados ante inminentes invasiones, el mandatario venezolano ha pasado a alinearse sin vergüenza alguna con una potencia militar agresora, como es Rusia, en contra de un país más pequeño, como Ucrania, al que pretende mantener a la fuerza dentro de su zona de influencia, en el mejor de los casos, o engullirlo, en el peor de los presagios.

«¡Venezuela anuncia todo su respaldo al presidente Vladimir Putin en la defensa de la paz de esa región! ¡Todo el apoyo a Rusia!», clamó Maduro ante las cámaras de televisión. Le será algo más difícil de ahora en adelante construir su relato en torno a la historia bíblica de David contra Goliat.

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