VENEZUELA Y COLOMBIA: UNA RELACIÓN DE ENCUENTROS Y DESENCUENTROS

VENEZUELA Y
COLOMBIA:
UNA RELACIÓN DE
ENCUENTROS Y
DESENCUENTROS

Edmundo González Urrutia
Coordinador

PRÓLOGO
RESCATEMOS LO QUE NOS UNE
Sobran razones para explicar y justificar la importancia que tienen las
relaciones colombo-venezolanas. No se trata de una expresión estereotipada cuando
señalamos que ambos países fueron protagonistas de la emancipación de Suramérica
y que, desde entonces, han construido un estrecho lazo que, aun con los altibajos
y las fricciones propias de dos países que comparten una extensa frontera de dos
mil doscientos diecinueve kilómetros —la más dinámica de Suramérica—, se ha
mantenido en paz sin que las asechanzas belicistas se instalen definitivamente en
nuestros territorios.
Una relación que ha discurrido entre tiempos de cordialidad y cooperación,
y otros en los que los prejuicios, recelos y suspicacias han provocado momentos de
apremios y tensiones. Con todo, no cabe duda de que, como corresponde a una
política de Estado, las relaciones con Colombia han ocupado un lugar de primer
orden en nuestra agenda de la política exterior democrática y ha recibido la merecida
atención y prioridad.
Dos décadas atrás, éramos ejemplo real de integración. Aquella que, más
allá de las importantes cifras de comercio bilateral y del intercambio de bienes y
personas, se extendía a los ámbitos de infraestructura, energía, educación, cultura,
cooperación en la lucha antinarcóticos, por citar algunos.
Fuimos protagonistas de la gesta independentista y hemos sido modelo de una
estrecha relación construida a lo largo de muchos años y que, en su momento, nos
presentó como el ejemplo de la integración andina y suramericana.
A decir verdad, ha habido momentos difíciles y campañas que crearon un
ambiente de tensión y que pretendían mostrar a nuestro vecino como un enemigo.
El espinoso tema de la delimitación de las áreas marinas y submarinas en el golfo de
Venezuela fue un factor de perturbación y de animosidad en las relaciones bilaterales
hasta el acuerdo del Acta de San Pedro Alejandrino, que vino a “desgolfizar” las
relaciones. A partir de la firma de ese documento, las relaciones diplomáticas tomaron
un cauce constructivo al amparo de una nutrida agenda binacional sustentada en
la tesis de la globalidad y que aspiraba al manejo de las diversas materias con el
propósito de profundizar la integración.

Edmundo González Urrutia

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