Hablemos de xenofobia
La Silla Vacía.-
La xenofobia es un tema tabú. Es difícil que alguien en lo personal se reconozca xenófobo y, aunque su discurso y actitudes revelen que lo es, siempre encuentra la manera de justificarlo con mil argucias. Las sociedades también tratan de mostrar su mejor cara, haciendo gala de modos abiertos y talantes democráticos, aunque en su interior aniden intereses y se desarrollen procesos que buscan favorecer lo propio y, en los casos más graves, rechazar lo que les viene de fuera. En una era donde impera el estilo de lo políticamente correcto, estas expresiones de odio y exclusión suelen disfrazarse muy bien.
La xenofobia es un fenómeno social que debe haber nacido no muy lejos del momento en que la especie humana partió —hace 200 mil años— del sur del río Zambeze, entre los actuales Botswana, Namibia y Zimbabwe en África, para expandirse alrededor del globo terráqueo. Y, de manera paradójica, sigue muy viva entrados ya en el siglo XXI, en un mundo globalizado donde los bienes y servicios circulan libremente pero las personas siguen siendo vistas con desconfianza.
En el mundo contemporáneo, los humanos seguimos sometidos a férreos controles migratorios y permisos restrictivos de trabajo —por nombrar algunas categorías jurídicas—, pero también sujetos a expresiones más atroces como los guetos palestinos a lo largo de Oriente Medio después de la Segunda Guerra Mundial; las luchas fratricidas entre serbios, bosnios y croatas acaecidas en plena Europa en la llamada Tercera Guerra de los Balcanes y el genocidio de los tutsis en Ruanda, en los años 90 de la pasada centuria; así como más recientemente el éxodo de los rohingyas en Myanmar.
Y no hemos entrado a mencionar la dimensión más mundana y cotidiana de la xenofobia que podemos observar en nuestro día a día con los insultos a los extranjeros en las calles o en el transporte público, discriminaciones en los colegios, menciones despectivas y generalizaciones sobre los migrantes en los medios de comunicación y en las redes sociales. Aspectos todos estos que se potencian en contextos electorales cuando factores políticos oportunistas y radicales no dudan en instrumentalizar los prejuicios latentes para buscar el favor de los votantes.
Nadie escapa
Esta última dimensión de la xenofobia la vimos claramente en la primera vuelta de los comicios presidenciales de abril de 2021 en Perú, donde varios candidatos populistas se posicionaron abiertamente contra la migración venezolana o en la campaña de elecciones de la Comunidad de Madrid de mayo del mismo año en España, donde la ultraderecha no ha tenido remilgos para exponer al odio a los menores no acompañados llegados de afuera. No podemos tampoco dejar de lado el arrojadizo discurso de Donald Trump durante la campaña para su primer mandato de 2016, cuando equiparó a los migrantes mexicanos con violadores.
Ni hablar cuando esta manipulación por parte de gobiernos, sectores políticos, medios de comunicación y otros agentes poderosos de la sociedad se produce en contextos de crisis económica y política donde resulta muy conveniente culpabilizar al extranjero de los problemas para desprenderse de responsabilidades propias. La expulsión de miles de colombianos de Venezuela en 2015 por parte del presidente venezolano Nicolás Maduro, acusándolos de participar en el contrabando de alimentos y otros bienes de primera necesidad, no fue sino una burda y lamentable maniobra para distraer, con claros tintes xenófobos, de la profunda crisis de abastecimiento que vivía el país producto de su mala gestión económica.
Colombia ha recibido, con mucho, la mayor proporción del fenómeno de migración forzosa venezolano que se inició en 2015 y que se ha extendido especialmente a lo largo de toda América del Sur, aunque también ha llegado con importantes contingentes a América del Norte, Centroamérica y el Caribe e, incluso, a Europa. Casi 1.800.000 venezolanos —un 3,7 por ciento del total de la población colombiana— viven hoy en las ciudades y pueblos colombianos (de los 5.400.000 que han salido de Venezuela, según organismos internacionales como Acnur y la OIM), lo que representa el 33 por ciento de toda la migración venezolana a escala mundial.
Con estas impresionantes cifras y su correspondiente impacto social resulta difícil que Colombia pudiera escapar indemne a las consecuencias de la xenofobia, aunque es justo reconocer que este fenómeno no se ha presentado de manera generalizada y los principales actores políticos y mediáticos del país han manejado con responsabilidad el tema migratorio con las excepciones del caso, algunas de ellas muy notorias. También hay que destacar el Estatuto Temporal de Protección para los Migrantes Venezolanos (Etpv), anunciado por el Gobierno Nacional el 8 de febrero de 2021 y que está por comenzar su proceso de implementación, a través del que se podrán regularizar a cerca de 1.000.000 de migrantes irregulares y abre caminos para la integración de los venezolanos. Una iniciativa sin antecedentes en la región.
Sin embargo, desde 2017 comenzaron a escucharse —aunque efectivamente de manera aislada— expresiones de altos funcionarios colombianos mencionando expresamente a los “venecos” (término peyorativo con el que se le suele llamar a los venezolanos) y en 2021 se anunció que no se vacunaría contra el covid a los migrantes que se encontrasen en situación irregular en el territorio nacional para evitar el efecto llamada, aunque esta declaración fue posteriormente matizada. Afirmaciones de ministros y alcaldes achacando a la migración los altos índices de criminalidad suscitaron, así mismo, fuertes reacciones críticas tanto nacional como internacionalmente.
Chile, otro de los países que ha acogido a más venezolanos, ha sido objeto de fuertes críticas por la expulsión de migrantes a lo largo de 2021. Las imágenes de los deportados uniformados con trajes blancos de bioseguridad y acompañados uno a uno por personal de seguridad uniformado, siendo montados en un avión de la Fuerza Aérea de Chile con destino a Venezuela, han dado la vuelta al mundo.
En 2018, habitantes de la fronteriza población brasileña de Paracaima atacaron y quemaron un campamento informal de refugiados venezolanos y obligaron a 1.200 de ellos a regresar a Venezuela, tras una protesta por el robo y agresión a un comerciante local.
La instrumentalización del miedo
La palabra «xenofobia» es definida escuetamente en el Diccionario de la Real Academia Española como fobia a los extranjeros. Evidentemente se trata de un concepto más complejo del que se desprenden múltiples derivaciones e interpretaciones.
El politólogo mexicano Enrique Díaz Álvarez, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) y doctorado en Filosofía por la Universidad de Barcelona, se aproxima al tema en su libro «El traslado: narrativas contra la idiotez y la barbarie«. Asociando el término a los migrantes: “Cada época y lugar tienen sus fantasmas particulares, pero de un tiempo a esta parte la figura de esa persona que decide emigrar a otro país parece concentrar y desencadenar los principales terrores contemporáneos. Es como si su desplazamiento tuviera la extraña cualidad de sacar lo peor de cada sociedad. Complejos, mezquindades, sadismo y resentimientos varios encuentran tierra fértil en miles de sujetos que se arriesgan a cruzar una frontera sin papeles. Su vulnerabilidad los hace presa fácil de la violencia, el racismo o la exclusión”.
Muchos autores relacionan la xenofobia con el miedo, el miedo a lo desconocido, a lo extraño, a lo diferente, lo que genera una sobre reacción en forma de actitudes excluyentes y discriminatorias, soterradas e implícitas algunas veces o, incluso, violentas y explícitas en otras. La Alemania nazi de los años 30 y 40 del siglo pasado y su ignominiosa política genocida contra el pueblo judío es quizás la expresión más cruel que puede ilustrar este último caso.
La xenofobia está latente en las sociedades y debe despertar las alarmas cuando su bandera es enarbolada por líderes políticos, sociales, mediáticos o artistas e intelectuales con gran influencia sobre la población, bien porque los votan millones de ciudadanos, bien porque los siguen y leen otros tantos millones en los medios de comunicación y redes sociales. El peligro reside precisamente en que el discurso xenófobo, al quedar legitimado por figuras públicas reconocidas y respetadas, sea replicado sin freno por la ciudadanía. De ahí a pasar a la acción, en contextos de crisis y en el marco de situaciones de gran polarización, solo hay un paso y las consecuencias pueden ser funestas.
Enrique Díaz Álvarez en «El traslado: narrativas contra la idiotez y la barbarie» hace eco de estos riesgos: “Solo hace falta abrir el periódico para darse cuenta de que hoy en día pocas cosas resultan más rentables que mercadear con el temor y la idiotez. Buena parte del ensañamiento que xenófobos, fundamentalistas religiosos, nacionalistas exacerbados y otros fanáticos de lo propio mantienen hacia el otro —léase el extraño, extranjero o diverso— son (sic) producto de su propia inseguridad e ignorancia, pero también de la franca manipulación que llevan a cabo ciertas plataformas políticas y medios de comunicación, particularmente en tiempos de crisis económica”.
Un tema relevante
Los impactos que las declaraciones de personalidades conocidas tienen en la opinión pública han sido estudiados. En el caso de Colombia, por el Barómetro de Xenofobia, una iniciativa de la ONG El Derecho a no Obedecer y la Universidad del Externado de Bogotá, que sigue el tema en los medios de comunicación y la conversación en las redes sociales. En su análisis pudieron constatar que las reacciones de carácter xenófobo de la ciudadanía se disparan coincidiendo con afirmaciones previas de personalidades relevantes de la sociedad, especialmente aquellas relacionadas con temas de seguridad pública.
Generalmente, las declaraciones que tienen que ver con temas de seguridad parten de generalizaciones que criminalizan a la migración como colectivo. No se refieren a la responsabilidad individual que pudieran tener migrantes incursos en algún tipo de delito, hechos por los que tendrían que ser judicializados como cualquier otro nacional que contravenga las disposiciones legales. Las formas aquí tienen suma importancia, sobre todo si provienen de responsables políticos e institucionales que más bien deberían priorizar en su discurso una posición claramente antixenófoba que no dé lugar a interpretaciones o equívocos.
Alrededor del mundo, la xenofobia es una bandera que ondean grupos extremistas y antisistema. En América Latina, los partidos democráticos y sus dirigentes, sean del color que sea, deben erigirse en claros defensores de los derechos de los migrantes y refugiados e impulsores de la integración plena de las mujeres y hombres, niñas y niños que han abandonado sus países para salvar sus vidas y encontrar un futuro más esperanzador.
La xenofobia es —como se ha podido apreciar— un tema relevante hoy en día en la agenda mundial, especialmente en momentos en que las migraciones son el pan nuestro de cada día en todos los continentes. Esta afirmación es particularmente cierta en las Américas donde prácticamente todos los países, de norte a sur, se han visto impactados por fenómenos importantes de movilidad humana. Discutir y analizar el tema es una necesidad impostergable si queremos prevenir manifestaciones de odio, rechazo e intolerancia. Hablemos de xenofobia.
El tema será abordado en el ciclo de webinars «Anatomía de la Xenofobia» que tendrá lugar entre el 27 de mayo y el 17 de julio. Organizado por la asociación Diálogo Ciudadano Colombo Venezolano y el Instituto Nacional Demócrata (NDI).
Este artículo fue originalmente publicado en el Nro. 25 (mayo 2021) de la revista Red Información del Instituto Nacional Demócrata para Asuntos Internacionales (NDI).
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